Por: Alberto Quezada
La cruzada en favor de la transparencia y la rendición cuentas que viene gravitando sobre una gran parte de los pueblos de América Latina y de manera especial en República Dominicana, no es cierto que sea una decisión o voluntad política de los gobiernos de turno como se ha querido afirmar.
Creerse el cuento de que los actuales esfuerzos que se vienen realizando en la actual gestión gubernamental por reducir los niveles de corrupción administrativa en el Estado dominicano son de factura exclusiva del Presidente Luis Abinader, se equivoca medio a medio.
No lo es, no lo ha sido y pienso que no lo será por ahora, hasta tanto no se desmonten de arriba abajo las alcaicas y corruptas estructuras políticas y económicas que sustentan el actual sistema.
Es un sistema maleado, atrofiado, excluyente, elitista, dominado por las mafias y carteles de todo tipo que mantienen en el más abyecto subdesarrollo a este pedazo de Isla caribeño desde hace más de cinco décadas.
Aquí hay que hablarle claro a este pueblo, si en este momento estamos observando algunas acciones concretas de combate a la corrupción estatal que permea la mayoría de los estamentos del Estado dominicano, no es porque haya sido una iniciativa auténticamente local.
No señores, es lamentable y hasta doloroso decirlo, esto viene sucediendo para bien o para mal, por ser un imperativo del Departamento de Estado de los Estados Unidos que se ha dado cuenta que la corrupción en el país se ha desbordado.
Nuestro principal y más importante socio comercial ha entendido que es tan alto el nivel de corrupción en República Dominicana, que si no actúan con celeridad sus intereses económicos y geopolíticos podrían ponerse en juego.
Hasta ellos han llegado informaciones de que de persistir el estado de cosas que impera en el país en el tema de la corrupción, hasta la democracia dominicana podría colapsar y ellos no van a permitir eso. Es por eso su presencia e insistencia en el combate de estos temas.
El gobierno de los Estados Unidos no desea que en la actual coyuntura geopolítica que vive el mundo, ningunos de los pivotes geoestratégicos diseminados en América Latina y El Caribe le altere el orden en el tablero mundial.