Carta a la ministra de Cultura, Milagros Germán

Sobre la protección de la diversidad cultural dominicana e iberoamericana. Primera sublevación en contra de la esclavitud negra y primer código de leyes esclavistas.

Sra.  Ministra de Cultura Germán,

Vivo hace tiempo en la diáspora dominicana en Estados Unidos y dedico mucho de mi tiempo libre a producir investigación sobre la sociedad dominicana del siglo XVI. Acabo de ver la Declaración de la Conferencia Iberoamericana de Ministras y Ministros de Cultura , incluido el Ministerio dominicano que usted representa, sobre su compromiso con la promoción y protección del patrimonio cultural y su diversidad como elemento clave para el bienestar de las naciones iberoamericanas y sus democracias. Veo también el rol que el Gobierno Dominicano va a tener en la próxima XXVIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno el año que viene.

Ante esa declaración pública y ese manifiesto de compromiso, quisiera brevísimamente aprovechar la oportunidad para presentarle la preocupación que sentimos y compartimos muchos dominicanos dedicados a la preservación del patrimonio cultural de cinco siglos que tenemos, en cuanto a la necesidad urgente de protección y promoción activas, medibles, de uno de los legados culturales dominicanos más silenciados y desprotegidos, el legado cultural masivo de nuestros antepasados negro-africanos y las decenas de generaciones de sus descendientes criollos que durante muchos siglos conformaron la mayoría de la población que a partir de 1844 comenzó a llamarse oficialmente dominicana.

Se trata de un legado todavía hoy apenas mencionado de paso en nuestra vida institucional oficial y social, pero que está presente, como un convidado mudo, no solo en la fisonomía de una grandísima cantidad de dominicanos, sino también en prácticamente todas las concreciones y expresiones histórico-culturales nuestras, tanto las que normalmente son definidas como coloniales como también las que se han conformado tras la independencia, hasta hoy mismo.

Como parte de ese legado afro-dominicano, este año, en diciembre, se cumple nada menos que el quinto centenario de la primera sublevación en contra de la esclavitud negra documentada en las Américas, ocurrida en la plantación esclavista azucarera o ingenio del muy mencionado gobernador y virrey Diego Colón al noroeste de la “Ciudad Colonial” de Santo Domingo, muy probablemente en algún lugar de la cuenca del río Higüero, que pasa al oeste del actual aeropuerto de La Isabela.

Esa sublevación, ocurrida en el “segundo día” de la Navidad de 1521, por ser la primera documentada en el Continente, tiene un significado absolutamente iberoamericano, continental, y posiblemente hemisférico, por ser la primera conocida en la que un grupo de nuestros antepasados afro-descendientes esclavizados se enfrentaron planificada, decidida y desafiantemente al oprobio de la esclavitud que la sociedad de la época (y sobre todo sus grupos más ricos y poderosos) había impuesto sobre sus vidas y promovía como algo “normal”. Es un caso de primacía histórica y de simiente de democracia que casi nunca (¿o simplemente nunca?) se les cuenta ni a nacionales ni turistas cuando visitan el impresionante Alcázar de Colón construido precisamente sobre el sudor dolido de esos antepasados esclavizados que hacían casi todos los trabajos duros de construcción de edificios y todo el trabajo de producción de azúcar cuyas ganancias económicas aportaban los dineros con los que se construían el Alcázar y todas las otras edificaciones de la época.

La sublevación de 1521, siendo pionera de por sí históricamente hablando, generó una segunda primacía histórica importante el año siguiente, 1522: la promulgación (ordenada por el mismo gobernador-virrey Colón cuyos esclavos había iniciado la rebelión) del primer código de leyes esclavistas que se ha conservado de la América colonial de la que luego salieron todas las naciones iberoamericanas.  Se emitió el 6 de enero de 1522, unos pocos días después de que el gobernador Colón lograra sofocar la insurrección mediante el combate y el ahorcamiento.

En la historia de las legislaciones iberoamericanas ese código tiene un significado absolutamente peculiar, por ser el primero que detalla exactamente los procedimientos que las autoridades coloniales-imperiales-esclavistas de entonces concibieron para no solo intentar justificar jurídicamente la esclavitud de unos seres humanos (mientras a otros les reconocían su libertad), sino también para poder mantener eficazmente en estado de sujeción a los esclavizados, incluyendo una batería de severos castigos que funcionaban como un intento claro de aterrorizamiento contra quienes se sintieran tentados a negarse al sometimiento. La letra del código, por cierto, es asimismo, para nosotros lectores de hoy, una fuente adicional sobre las múltiples tácticas que de hecho usaban esos antepasados negro-africanos y sus descendientes criollos para resistir y amortiguar la degradación producida por la esclavitud.

Estos dos acontecimientos, protagonizados particularmente por antepasados de los dominicanos de hoy y ocurridos exclusivamente en territorio dominicano, y sus fechas, como usted podrá ver, marcan los comienzos activos y deliberados de la lucha por la libertad en Iberoamérica contra el esfuerzo de tres siglos y pico de negársela a grandes poblaciones del Caribe y del resto del Continente, una práctica que ha dejado un doloroso lastre de desigualdades y marginaciones sociales que nos afectan hasta este mismo presente.  Son un recuerdo meridiano de que nuestros antepasados resistieron sistemáticamente el intento de negarles su dignidad, y esa es una herencia digna de generar orgullo e inspiración.

A quienes apreciamos el conocimiento de nuestro legado histórico, cultural y político colectivo tanto dominicano como iberoamericano/latinoamericano, de ambos lados del Atlántico, ese legado debería movernos a incorporarlo activamente a todos los esfuerzos cívicos y estatales por labrar hoy unas democracias donde la inclusión y el respeto de las diversidades (y de la memoria que les da sustento y explicación) sea una práctica sistemática de nuestras entidades estatales desde Madrid y Lisboa por el este hasta Santiago de Chile por el oeste. Y al ver el anuncio que su Ministerio acaba de compartir, me ha parecido una oportunidad de oro para públicamente llamarle la atención, como anillo al dedo, sobre esos dos quintos centenarios consecutivos que se nos vienen encima y son parte de legado de lucha militante por la libertad, todavía demasiado silenciado y olvidado, de nosotros los dominicanos e, indirectamente, de todos los otros pueblos-naciones iberoamericanas, heredados de nuestros antepasados directos más antiguos.

Personalmente, pues, y de seguro que desde una preocupación y un sentimiento compartido por miles de otros dominicanos y hermanos iberoamericanos, quisiera rogarle que, desde su puesto de gestión estatal máxima de la política cultural dominicana, y desde su rol en la próxima Cumbre Iberoamericana, usted pueda tomar algunas iniciativas significativas para que los quintos centenarios de estas dos efemérides libertarias dominicanas e iberoamericanas no pasen sin pena ni gloria por nuestro devenir cultural y público, y para que a partir de ahora queden inscritas en nuestra memoria colectiva en la medida que la cultura comercializada que nos bombardea y satura a diario constantemente con sus distracciones nos lo permita.

En este empeño, intentaré hacerle llegar a su Despacho esta comunicación por la diversidad de medios que estén a mi alcance.

Deseándole los mayores éxitos en su gestión para el bienestar cultural y democrático de nuestro país, le saluda.

Anthony Stevens-Acevedo

Investigador de la sociedad dominicana del siglo XVI

Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia Dominicana de la Historia

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