Por: Jesús de la Rosa
La instrucción pública dominicana confronta grandes calamidades
Lo expuesto a continuación nada tiene que ver con la existencia y consecuencia del COVID19.
La instrucción pública de la República Dominicana confronta grandes calamidades. Algunos de sus índices de calidad revelan un gran desastre, a saber: baja tasa de cobertura acompañada de una alta tasa de deserción; bajo porcentaje de estudiantes promovidos y sobrecogedores índices de sobreedad; miles de niños han debido permanecer fuera de las aulas por problemas de cupo o por los problemas económicos que los afectan tanto a ellos como a sus padres, entre otros inconvenientes tan graves como los mencionados.
El Sistema Dominicano de Instrucción Pública continúa siendo uno de los peor financiados de Latinoamérica y el Caribe.
En las últimas décadas del pasado siglo 20, los gobiernos que aquí se sucedieron invirtieron en educación un promedio 2.3% del PBI, en tanto que los gobiernos de los demás países área invertían en ese mismo renglón más del 4.7% del PBI.
En la actualidad, los gobiernos dominicanos invierten en educación mucho más que antes (un 4% del PBI), pero todavía no hemos logrado igualar la inversión en esa área de parte de las demás naciones del área (entre el 7 y el 8% del PBI).
La educación superior vuelve a estar en discusión. Pero mientras en la década de los años sesenta nadie dudaba del papel clave de la educación superior en los esfuerzos conducentes al desarrollo y, como expresara el educador nicaragüense Carlos Tünnermann, “se le atribuía el rol de motor principal del adelanto y de la transformación social” el debate actual se caracteriza de toda una escuela del pensamiento que pone en tela de juicio la eficacia de la educación superior y hasta cuestionan su rendimiento económico y social y la prioridad de las inversiones destinadas a ella.
El debate actual sobre la educación superior se centra en la contribución que esta pueda hacer a la modernidad, plasmada en un proyecto de sociedad comprometida con el desarrollo humano sustentable.
La modernidad para nosotros estriba en construir, desde nuestra propia identidad cultural, un modelo de educación endógeno de desarrollo humano sustentable que no excluya la apertura de la economía y la búsqueda de una inserción favorable en el actual contexto internacional.
Tal y como lo expresaba Álvaro Marchesis, otrora secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad del profesorado”.
De ahí la prioridad que la gran mayoría de las reformas educativas otorga al fortalecimiento de la profesión docente.
Si bien es cierto que hoy disponemos de más profesionales de la educación que antes, también lo es el hecho de que no disponemos de un número suficiente de los mismos.
Los docentes calificados que nos faltan no poseen las capacidades requeridas para involucrarse en un proceso de reforma de la educación con miras a enfrentar los retos del futuro inmediato.
Por la carencia de un número adecuado de profesionales de la educación fracasó la reforma de Eugenio María de Hostos, de Julio Ortega Frier, de Pedro Henríquez Ureña, de Joaquín Balaguer y de otros.
Las condiciones de vida de la gran mayoría de nuestros docentes continúan siendo inferiores a la de cualquier otro trabajador del sector servicio. Su sueldo promedio equivale a menos del costo de la canasta familiar. Los servicios de asistencia médica, vivienda y de jubilación no son los más adecuados.
Por lo regular, los decentes en servicio activo no disponen de materiales didácticos en cantidad y calidad suficiente. Son pésimas las condiciones de trabajo en muchas de nuestras escuelas.
El oficio de maestro de escuela no debe seguir siendo un quehacer de personas fracasadas. Quienes ejercen la noble tarea de capacitar y formar a sus conciudadanos no merecen vivir en un estado de eterna pobreza.
Los reclamos de mejores salarios y de mejoramiento en las condiciones de trabajo de los docentes en servicio por lo regular terminan en aumentos insustanciales y en renovadas promesas de redención.